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22 julio 2018

La ramita de romero

Esa ramita de romero fue su perdición.
Ese trozo verde sin olor y las palabras de esa gitana:

«Hija, se te ve mala cara. Niña, ¿comes bien?» [Tengo prisa] 
«Chiquilla, esos ojos dicen mucho. Chiquilla, ¿estás bien?» [Lo siento] 
«No les hagas caso. No los escuches, no tienen razón» [Muchas gracias, no tengo tiempo]
«Descansa. Necesitas horas de sueño bueno» [Déjeme] 
«Niña, yo no había sentido esto nunca y lo digo del corazón» [Déjeme] 
«Pero, muchacha, hay algo que noto» [Gracias. Adiós]

«Aléjate de ese ser. Tú ya sabes de lo que te estoy hablando. No le pongamos nombre si tú no quieres, niña. Tú y yo sabemos de lo que hablamos. [Sí]. Corta todo el contacto. Ha muerto» 

«No te preocupes por el dinero. Ahí no está el problema, hija. No te centres en eso. No te va a ir mal. Solo un poco. [Solo un poco]. A ver, déjame. A ver, deja de sufrir por el trabajo. Se te ve lista. Yo esas cosas las sé, querida... Que me dedico a esto»

«Ay. Qué sonido más feo oigo. No me gusta nada. No tienes buena cara, niña. No me gustan los médicos, pero creo que necesitas una ambulancia. Chiquilla, ¿te late el corazón? Nena, huele un poco de este romerito»

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