Metí mi cuerpo entero en la lavadora para limpiar una mancha
de unas gotas de aceite que me habían caído en la camiseta. Llevaba pañuelos de
papel en los bolsillos y se desgranaron por todo el tambor. Perdí un calcetín.
Al salir, me di cuenta de que no había usado suavizante y mi pelo estaba sin
brillo. Volví a entrar en la lavadora y aproveché para limpiar las sábanas. Con
ellas conseguí no pasar frío mientras dormía y me centrifugaba. Aproveché
porque el programa era largo. Por la mañana, la puertecilla estaba abierta y yo
no la había abierto. La mancha no había saltado y los calcetines que llevaba
eran diferentes.
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