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10 noviembre 2016

Prevención

Las probabilidades empezaron a aumentar. Salir a la calle y lo típico de que la maceta se cayera desde la repisa de un balcón hasta su cabeza es lo que iba a suceder. Lo que estaba claro es que, si salía por las calles más transitadas, un joven captador iba a hacerle firmar para unirse a una ONG. Dejar la puerta blindada atrás suponía un riesgo. El tacón puntiagudo de su zapato derecho podía incrustarse en la rejilla de algún sistema de alcantarillado.

Los coches van como locos y tú eres un peatón desprotegido que no tiene carcasa. Cualquier rueda podría pisarte, destrozarte, aniquilarte.

Bueno, ¿y lo de comer fuera? Descartado. Los platos podían estar envenenados. ¿Por quién? Está claro. Por esa señora de melena de longitud media con un anillo de casada en el dedo anular, que lleva toda la ropa de color negro. La montura de las gafas y los zapatos son de color negro también. La camisa que lleva sobre la camiseta y debajo de la chaqueta es de color granate, de una tela granate translúcida. Esa señora es la sospechosa de algo que ni tu sospechas.

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