Tengo tres correos sin leer. No los voy a leer en la vida porque son de 2010. Son los típicos correos de bienvenida a la plataforma de Gmail: “Hola, buenas, estamos aquí a tu servicio”. Son tres emails estúpidos, que en su momento supongo que servirían de algo. Pero ahora no.
Tengo siete correos en borradores. Uno es de el documento más importante en el que estoy trabajando. Por si acaso tengo algún problema con el original, lo guardo en un borrador. Otro es el título de una película. Va cambiando cada semana. Otro es una lista de webs que pueden servir para el primer documento del que hablaba. El siguiente contiene una palabra: “Conjuro”. El otro tiene un texto que forma parte de un desvarío poético que surgió en una conversación con mi mejor amigo. El otro es una descripción para un proyecto futuro. Y el último, el primero, que tiene fecha del siete de abril, unas ideas que escribí en un avión.
Tengo algunas etiquetas o categorías para organizar mejor el contenido que me llega a la bandeja de entrada. Tengo también siete emails en la bandeja de ‘spam’. Juro que el número siete es casualidad. Juro que no tengo nada que ver con esa cifra.