Me regalaron una batidora de vaso. Era muy potente, costaba unos 400$ y tenía una potencia de 1500 vatios; lo que viene siendo unos dos caballos. Tenía, supuestamente, unas aspas que eran capaz de hacer sopa con mi alma. Destruirla y calentarla, también. Era una máquina en la que echabas cebolla, tomate con aliños y salía todo bien machacado. De esa manera, no hacía falta morder y casi tampoco ni abrir la boca. Producía un líquido tal que se podía sorber con una pajilla. Otra opción era introducir el contenido en una jeringa y que alguien apretara el émbolo por ti.
Me regalaron un aparato robusto para no desgastar mis muelas, para estar a la moda, para experimentar con alimentos y combinarlos. Conseguí tener un arma más en la cocina. Esa zona se convirtió en la más segura de la casa, aunque comprobé que las entrañas no las trituraba.
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