Llevo dos meses haciendo fotos a las cornisas. Llevo casi dos meses sin que mi cuerpo entero salga en una imagen, pero no importa. Algún autorretrato cegada por el sol tengo, y de mala calidad, porque mi móvil no saca buenas fotos. Hoy he subido un escalón. Bueno, más bien ayer. Entre ayer y hoy.
Hoy he pasado al cielo. Qué azul y qué mullido está hoy. Ayer también. Ni las cornisas ni los tejados raros ni las esquinas que forman las fachadas superan esa belleza del “cielo" en movimiento. Esas nubes que se mecen normalmente en un sentido. Ahora mismo se dirigen a mi derecha, no sé a dónde llegarán, quizás al mar.
Me agobia la inestabilidad y lo rápido que sus formas varían. Me encanta ver la gran cantidad de formas que dan lugar. Lo peor es que no puedo verlas todas porque no puedo ir saltando de terraza en terraza. Puedo ver cómo evolucionan desde mi ventana. La ausencia de nubes también es bonita: claridad en distintos tonos.
El sol, cuando sale también
El sol, cuando se esconde también lo es
Eso ahora es lo que me hipnotiza. En el desayuno solo miraba eso. He estado un par de minutos extasiada con las marcas de las carreras de qué sé yo qué automóviles que corretean por el cielo. He estado mirando un par de minutos la lana de las ovejas esparcida ahí arriba. También he visto las escamas blancas de algún reptil gigante, pero poco después pasó un avión:
algunos automóviles en forma de siniestro total
muchas ovejas fueron atropelladas
el reptil se desangró
cicatrices en el aire
pero todo sin escándalos
impecable