(…) en la ventana de mi habitación, que
quedaba a mi izquierda, se reflejaba todo lo que tenía sobre la mesa. Por la
mañana, con la oscuridad provocada por las persianas, ese cristal me servía de
espejo improvisado. Siempre pensaba que alguien se iba a reflejar, pero no,
estaba claro que eso era imposible. Por la mañana, en esa casa siempre nos
ponían como desayuno bollería industrial, zumos que no eran naturales, pan de
molde, pan higiénico y cereales de chocolate. La compañera de la habitación 301
siempre untaba mantequilla sobre el pan higiénico. Le echaba un poco de azúcar
y mermelada de ciruela. (1)
Todas las puertas de las nueve
habitaciones estaban mal pintadas. Todas tenían distintos tonos de color
marrón. Algunas estaban barnizadas y otras no. A mí eso me ponía un poco
nerviosa. No podía entender por qué no todas eran uniformes. También recuerdo
que cada una tenía un pomo distinto; podían ser redondos, alargados, dorados o
plateados. Existían entonces unas cuantas combinaciones posibles que, al final, se repetían. El gran portón no tenía pomo por fuera, solamente contaba con un
picaporte negro que imitaba la forma de una mano. (2)
Las paredes, algunas, estaban
desconchadas, y los techos, algunos también, tenían manchas de humedades
pasadas. La otras ocho personas parecían muy contentas. A ninguna le importaba
esos detalles, pero a mí, desde el primer día, me estaban perturbando. Se ve
que tendría que ser capaz de sumergirme en su mundo para poder sonreír al tomar
ese té con sabor a agua sucia que bebíamos por las tardes. (3)
A veces veía las letras caer en mi cabeza. Por ejemplo, la palabra serendipia, que había escuchado por primera vez en este sitio, se desplazaba por mi mente. Esto es, la a se iba cayendo, la i también, seguida de la pe… así hasta llegar a la letra ese, normalmente mayúscula. Cuando caían, si representáramos sus coordenadas no tenían forma de función, porque se dibujaba una onda vertical con iguales posiciones anteriores y posteriores a un eje imaginario situado en el mundo de los números naturales. En el cero, arriba, finalmente estaba la ese, un poco más abajo, a la derecha la e, un poco más a la derecha y en alguna posición inferior se encontraba la erre. En cambio la segunda e, se encontraba un poquito más a la izquierda. Se formaba en mi cabeza una relación que se podía representar con dificultad, porque de cada palabra resultaba una forma. La mayoría eran ondas verticales y todas tenían, al menos más de dos imágenes distintas para un mismo valor, aunque normalmente eran letras distintas.
Sí, eso me pasaba. No sé si lo he
expresado correctamente porque nunca estudié nada de matemáticas en el
instituto, pero he visto por internet, ahora, dos años después, alguna explicación
útil. Cada día, solía ver más de dos palabras caer. Un día decidí escribirlas
todas y conseguí descifrar con dificultad lo que he redactado en los tres primeros
párrafos de este texto. Serendipia pertenece a algún párrafo anterior del que
no recuerdo nada, junto con luquete, bicicleta, lapislázuli y la expresión
“apágalo ya”.
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