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21 agosto 2015

Mientras me tambaleo


Día 21

El cansancio, los ojos, la música, el tren que no pasa o el tren que se me escapa, el calor del túnel, el dolor de mi cuello por dormir mal, mis calcetines verdes y mi pelo destartalado antes de desenredarlo. Una mujer que yo pensaba en un primer momento que era un hombre duerme en un asiento duro en el metro. [El primer dato de la última frase no es que fuera muy importante] La gente que no levanta la cara del móvil es la que no ha desayunado. Yo escribo esto en este momento. Consigo un sitio. Una persona se ha bajado, ha dejado su asiento y nadie de su alrededor ha querido cogerlo.


Me siento. 

Tengo unas diez paradas para que algo maravilloso ocurra. La mujer sigue durmiendo, como mas del 40% del vagón. Los que están sujetándose con una mano a una baranda, esos, han desayunado todos. El zumo de naranja que llevo en un tetrabrik me esta esperando y yo no quiero tomármelo porque está muy agrio. 

Cuatro Caminos, andén número dos. 

Tengo la sensación de que he visto a Carmen Machi, pero no es así. Una mujer sentada con dos bolsos, uno en su brazo derecho y otro en su izquierdo se tapa la cara. No sé si es porque se ha dado cuenta también de que esa mujer no era Carmen o porque tiene sueño. El hombre de su lado ha cerrado los ojos: será que fuera de sus sueños no hay nada mejor que ver. Yo lo entiendo.
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Día 22
Hoy iba a entrar en el primer vagón, pero algo me ha dicho que no, que fuese a por el segundo. Había sitio en uno de los bordes de un banco. Con eso tuve suficiente.
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Día 23
Tengo más hambre que sueño. Tengo más ganas de llegar que hambre. Otra vez estoy en este tren, otra vez estoy en su primer vagón y nadie deja su asiento libre. ¿No ven que me tambaleo apoyada en la barandilla esta amarilla? Parece ser que no captan que me quiero sentar. Ningún pasajero hace contacto visual conmigo y no me extraña, si yo fuera alguno de ellos no querría perder mi sitio por nada del mundo. Quizás por un buen desayuno, sí.

La mayoría de las veces pienso que voy a tener suerte y que voy a conseguir un sitio. Esta vez ha sido en uno mullidito de color azul claro, paradójicamente el mismo color que el del banco metropolitano.
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Día 24
Esta mañana desde que esperaba en la vía puse toda mi atención en tener donde sentarme, como siempre. Todos los vagones iban relativamente llenos, no es broma aunque estemos en agosto. Al llegar el tren, por la ventana pude ver que se quedó un sitio libre. Se ve que ese asiento ya ni lo valoraban los de dentro. Se abrieron las puertas y fui directa a él. Me senté. Un poco apretujada, pero conseguí mi meta. El joven que estaba a mi lado jugaba con el móvil a un videojuego. Parece que  mucha gente lo hace. Desde que observo qué hace la gente en el metro me he dado cuenta que las señoras mayores tienen el tamaño de la letra de whatsapp más grande que lo normal. No alcanzo a ver qué escriben, tampoco creo que me incumba, pero usan iconitos y escriben abreviadamente. Las jóvenes también utilizan esta aplicación, pero con la letra en el tamaño normal. También hay gente que llama por teléfono y gente que lee en papel o en una pantalla. Los hombres son más tendentes a mirar a la nada. Esto es, a las ventanas o al suelo, normalmente. Lo de si las mujeres cruzan o no las piernas y si los hombres las abren y ocupan más espacio también creo que se cumple en un alto grado. Hay gente que se entretiene mirando su propia piel e intenando corregir sus defectillos delante de todo el mundo.

Por poco se me olvida incluir en este resumen a los adictos a instagram, que se pasan el viaje pasando fotos. Casi nadie deja sus bártulos en el suelo, si es que alguien lo hace, lo que dejan son sus mochilas de estilo instituto, nunca los bolsos. En definitiva, lo que está claro es que una vez alguien ha conseguido un asiento difícilmente lo abandona. Son pocos los casos en los que las personas mayores consiguen un sitio. También son pocas las veces que he visto a algún anciano en el metro.
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Día 25
Lo primero que he pensado hoy ha sido que era viernes. He bajado las escaleras, teniendo cuidado con la cabeza porque los techos son bajos, y ha aparecido el tren. Alegría. No he esperado nada para cogerlo, pero he ido todo el viaje mirando de pie la oscuridad del túnel.
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