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30 agosto 2015

Voces encadenadas

(…) en la ventana de mi habitación, que quedaba a mi izquierda, se reflejaba todo lo que tenía sobre la mesa. Por la mañana, con la oscuridad provocada por las persianas, ese cristal me servía de espejo improvisado. Siempre pensaba que alguien se iba a reflejar, pero no, estaba claro que eso era imposible. Por la mañana, en esa casa siempre nos ponían como desayuno bollería industrial, zumos que no eran naturales, pan de molde, pan higiénico y cereales de chocolate. La compañera de la habitación 301 siempre untaba mantequilla sobre el pan higiénico. Le echaba un poco de azúcar y mermelada de ciruela. (1)

Todas las puertas de las nueve habitaciones estaban mal pintadas. Todas tenían distintos tonos de color marrón. Algunas estaban barnizadas y otras no. A mí eso me ponía un poco nerviosa. No podía entender por qué no todas eran uniformes. También recuerdo que cada una tenía un pomo distinto; podían ser redondos, alargados, dorados o plateados. Existían entonces unas cuantas combinaciones posibles que, al final, se repetían. El gran portón no tenía pomo por fuera, solamente contaba con un picaporte negro que imitaba la forma de una mano. (2)

Las paredes, algunas, estaban desconchadas, y los techos, algunos también, tenían manchas de humedades pasadas. La otras ocho personas parecían muy contentas. A ninguna le importaba esos detalles, pero a mí, desde el primer día, me estaban perturbando. Se ve que tendría que ser capaz de sumergirme en su mundo para poder sonreír al tomar ese té con sabor a agua sucia que bebíamos por las tardes. (3)

A veces veía las letras caer en mi cabeza. Por ejemplo, la palabra serendipia, que había escuchado por primera vez en este sitio, se desplazaba por mi mente. Esto es, la a se iba cayendo, la i también, seguida de la pe… así hasta llegar a la letra ese, normalmente mayúscula. Cuando caían, si representáramos sus coordenadas no tenían forma de función, porque se dibujaba una onda vertical con iguales posiciones anteriores y posteriores a un eje imaginario situado en el mundo de los números naturales. En el cero, arriba, finalmente estaba la ese, un poco más abajo, a la derecha la e, un poco más a la derecha y en alguna posición inferior se encontraba la erre. En cambio la segunda e, se encontraba un poquito más a la izquierda. Se formaba en mi cabeza una relación que se podía representar con dificultad, porque de cada palabra resultaba una forma. La mayoría eran ondas verticales y todas tenían, al menos más de dos imágenes distintas para un mismo valor, aunque normalmente eran letras distintas. 


Sí, eso me pasaba. No sé si lo he expresado correctamente porque nunca estudié nada de matemáticas en el instituto, pero he visto por internet, ahora, dos años después, alguna explicación útil. Cada día, solía ver más de dos palabras caer. Un día decidí escribirlas todas y conseguí descifrar con dificultad lo que he redactado en los tres primeros párrafos de este texto. Serendipia pertenece a algún párrafo anterior del que no recuerdo nada, junto con luquete, bicicleta, lapislázuli y la expresión “apágalo ya”. 

21 agosto 2015

Mientras me tambaleo


Día 21

El cansancio, los ojos, la música, el tren que no pasa o el tren que se me escapa, el calor del túnel, el dolor de mi cuello por dormir mal, mis calcetines verdes y mi pelo destartalado antes de desenredarlo. Una mujer que yo pensaba en un primer momento que era un hombre duerme en un asiento duro en el metro. [El primer dato de la última frase no es que fuera muy importante] La gente que no levanta la cara del móvil es la que no ha desayunado. Yo escribo esto en este momento. Consigo un sitio. Una persona se ha bajado, ha dejado su asiento y nadie de su alrededor ha querido cogerlo.


Me siento. 

Tengo unas diez paradas para que algo maravilloso ocurra. La mujer sigue durmiendo, como mas del 40% del vagón. Los que están sujetándose con una mano a una baranda, esos, han desayunado todos. El zumo de naranja que llevo en un tetrabrik me esta esperando y yo no quiero tomármelo porque está muy agrio. 

Cuatro Caminos, andén número dos. 

Tengo la sensación de que he visto a Carmen Machi, pero no es así. Una mujer sentada con dos bolsos, uno en su brazo derecho y otro en su izquierdo se tapa la cara. No sé si es porque se ha dado cuenta también de que esa mujer no era Carmen o porque tiene sueño. El hombre de su lado ha cerrado los ojos: será que fuera de sus sueños no hay nada mejor que ver. Yo lo entiendo.
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Día 22
Hoy iba a entrar en el primer vagón, pero algo me ha dicho que no, que fuese a por el segundo. Había sitio en uno de los bordes de un banco. Con eso tuve suficiente.
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Día 23
Tengo más hambre que sueño. Tengo más ganas de llegar que hambre. Otra vez estoy en este tren, otra vez estoy en su primer vagón y nadie deja su asiento libre. ¿No ven que me tambaleo apoyada en la barandilla esta amarilla? Parece ser que no captan que me quiero sentar. Ningún pasajero hace contacto visual conmigo y no me extraña, si yo fuera alguno de ellos no querría perder mi sitio por nada del mundo. Quizás por un buen desayuno, sí.

La mayoría de las veces pienso que voy a tener suerte y que voy a conseguir un sitio. Esta vez ha sido en uno mullidito de color azul claro, paradójicamente el mismo color que el del banco metropolitano.
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Día 24
Esta mañana desde que esperaba en la vía puse toda mi atención en tener donde sentarme, como siempre. Todos los vagones iban relativamente llenos, no es broma aunque estemos en agosto. Al llegar el tren, por la ventana pude ver que se quedó un sitio libre. Se ve que ese asiento ya ni lo valoraban los de dentro. Se abrieron las puertas y fui directa a él. Me senté. Un poco apretujada, pero conseguí mi meta. El joven que estaba a mi lado jugaba con el móvil a un videojuego. Parece que  mucha gente lo hace. Desde que observo qué hace la gente en el metro me he dado cuenta que las señoras mayores tienen el tamaño de la letra de whatsapp más grande que lo normal. No alcanzo a ver qué escriben, tampoco creo que me incumba, pero usan iconitos y escriben abreviadamente. Las jóvenes también utilizan esta aplicación, pero con la letra en el tamaño normal. También hay gente que llama por teléfono y gente que lee en papel o en una pantalla. Los hombres son más tendentes a mirar a la nada. Esto es, a las ventanas o al suelo, normalmente. Lo de si las mujeres cruzan o no las piernas y si los hombres las abren y ocupan más espacio también creo que se cumple en un alto grado. Hay gente que se entretiene mirando su propia piel e intenando corregir sus defectillos delante de todo el mundo.

Por poco se me olvida incluir en este resumen a los adictos a instagram, que se pasan el viaje pasando fotos. Casi nadie deja sus bártulos en el suelo, si es que alguien lo hace, lo que dejan son sus mochilas de estilo instituto, nunca los bolsos. En definitiva, lo que está claro es que una vez alguien ha conseguido un asiento difícilmente lo abandona. Son pocos los casos en los que las personas mayores consiguen un sitio. También son pocas las veces que he visto a algún anciano en el metro.
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Día 25
Lo primero que he pensado hoy ha sido que era viernes. He bajado las escaleras, teniendo cuidado con la cabeza porque los techos son bajos, y ha aparecido el tren. Alegría. No he esperado nada para cogerlo, pero he ido todo el viaje mirando de pie la oscuridad del túnel.
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