Esa mañana llevaba la camiseta puesta al revés. Con las prisas no le había
dado tiempo a darse cuenta de que se le veían las costuras y la etiqueta, ni de
que la forma del escote estuviera en la espalda. Como siempre, había limpiado
la cocina de la forma en la que buenamente pudo: barrió el suelo, ordenó en el
frigorífico la comida que había sobrado del desayuno y además fregó las tazas y
los platos sucios. Hizo la cama con mucho cuidado, porque a ella le gusta que las
sábanas no tengan arrugas. Algo no encajaba. No era la camiseta. Salió, cogió
el ascensor de la izquierda, revisó el correo y vio que había un catalogo de
bodas que era para los vecinos del cuarto.
ø
Se quedó mirando ensimismada
la luz del semáforo:
con sus cambios
rítmicos que parecían rápidos
la saturación y el
brillo justos.
El cristal de sus
gafas se pintaba alternativa y parcialmente de esos colores intensos.
Era todo oscuro.
Casi todo estaba negro. La Luna reflejaba la luz del Sol y sus ojos no
percibían la potencia luminosa procedente de las bombillas protegidas por las
farolas, situadas equidistantes y paralelas en la avenida. [Era el semáforo]. "Esos monigotes se persiguen", llegó a decir en voz alta.
Le habló a la madrugada y no le respondió.
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