Tiene vértigo cuando camina cerca del
borde del pavimento. Le da miedo caer a la carretera que esta 12
centímetros más abajo. Se acerca al lado en el que están las puerta de los
edificios. Ahora tiene miedo por que los comerciantes les den con el pomo.
Antes la caída, ahora un portazo. Por eso trata de encontrar una solución
alternativa: caminar por en medio de la calle, entre la gente con prisa y
bolsas en las manos. Ahora es el posible bolsazo lo que la frena. No puede dar
un solo paso. Está incapaz. No puede moverse. Las personas la rozan sin querer
y en varias ocasiones le piden perdón y en otras simplemente la miran mal. No
puede moverse y pasa a la fase de semivigilia: lo ve todo y lo oye todo, tiene
los ojos abiertos y hasta parpadea de vez en cuando. Lo graba todo. Estática, de pie y débil. Su bolso se despega de su cuerpo cuando alguien la
toca. Su cuerpo vibra cuando pasa el tranvía por su lado. Su mirada esta
perdida y no pasa nada. Nadie se preocupa por encender el botón que la active.
Es difícil suponer que existen
tantos cables por dentro de su cuerpo. Ningún peatón puede adivinar tan solo mirándola que tiene poca batería, que se trata de algo literal. O que quizás
tiene un cortocircuito interno y que algo está prendiendo en su interior. Todavía
no sale humo por la ventilación de sus bolsillos. Aún sus extremidades no se
han derretido. Algo va mal. Nadie se da cuenta.
Han pasado 39 minutos.
La cremallera de su vestido está
ardiendo. Su cuerpo explota, hace el mismo ruido que el disparo de una pistola
con silenciador. No salpica sangre pero deja un rastro negro que ni es petróleo
ni aceite.
No hay comentarios:
Publicar un comentario