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11 junio 2014

Humana





Tiene vértigo cuando camina cerca del borde del pavimento. Le da miedo caer a la carretera que esta 12 centímetros más abajo. Se acerca al lado en el que están las puerta de los edificios. Ahora tiene miedo por que los comerciantes les den con el pomo. Antes la caída, ahora un portazo. Por eso trata de encontrar una solución alternativa: caminar por en medio de la calle, entre la gente con prisa y bolsas en las manos. Ahora es el posible bolsazo lo que la frena. No puede dar un solo paso. Está incapaz. No puede moverse. Las personas la rozan sin querer y en varias ocasiones le piden perdón y en otras simplemente la miran mal. No puede moverse y pasa a la fase de semivigilia: lo ve todo y lo oye todo, tiene los ojos abiertos y hasta parpadea de vez en cuando. Lo graba todo. Estática, de pie y débil. Su bolso se despega de su cuerpo cuando alguien la toca. Su cuerpo vibra cuando pasa el tranvía por su lado. Su mirada esta perdida y no pasa nada. Nadie se preocupa por encender el botón que la active.

Es difícil suponer que existen tantos cables por dentro de su cuerpo. Ningún peatón puede adivinar tan solo mirándola que tiene poca batería, que se trata de algo literal. O que quizás tiene un cortocircuito interno y que algo está prendiendo en su interior. Todavía no sale humo por la ventilación de sus bolsillos. Aún sus extremidades no se han derretido. Algo va mal. Nadie se da cuenta.

Han pasado 39 minutos.

La cremallera de su vestido está ardiendo. Su cuerpo explota, hace el mismo ruido que el disparo de una pistola con silenciador. No salpica sangre pero deja un rastro negro que ni es petróleo ni aceite.

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