La vecina del segundo tiene mala leche. La del séptimo se
dedica a tender la ropa en el rellano. La limpiadora, Elena, visita el bloque
cada tercer día de la semana. Marion, la de la planta baja, suele dejarse las
llaves en la mesilla de noche, pero no tiene problema, porque entra por la
ventana de su habitación, que da a una calle secundaria que desemboca en la
avenida principal. En ese edificio las plantas de los maceteros se riegan
cuando Elena limpia. Una vez por semana.
Pablo vive en el otro piso del bajo y su perro tiene
alzhéimer. Antes ladraba cada vez que se
encontraba con algún vecino. Ladraba fuerte y molestaba. Ahora es una pena,
porque el pobre no se acuerda de nadie y tiene prácticamente que arrastrarse
para poder pasear. Robin se llama. Robin tiene fuerza y sale todos los días
tres veces a la calle. Da igual que llueva, que haya 48ºC fuera o incluso que
haga viento. Lo que le importa es el granizo. Cuando graniza no sale, pero
eso no sucede habitualmente. El perro tira del dueño. Los dos se arrastran y
cogen siempre el ascensor que queda a
mano derecha desde la perspectiva de un peatón que pasara por enfrente del
portal. Que se averíe ese ascensor es otra de las condiciones para que Robin no
se dé una vuelta. Se ve que es un perro con manías. Está ya viejo pero sigue
fiel a sus costumbres. Pablo habla mucho de él cuando se cruza con cualquier
vecino. Al parecer le gusta comer las sobras de los muslos de pollo asado. Ese
es su plato favorito. También le gusta beber café de vez en cuando. En una taza
con una boca amplia Robin lame el líquido energético. También bebe un poquito
de cerveza todos los domingos, “un día tranquilo para poder disfrutar de que en
la calle no hay mucha gente porque todos duermen”, dice Pablo que opina el perro.
Robin es vegetariano los lunes y martes. Se ve que le gusta empezar así la
semana y cree que de tal manera purifica su paso gastrointestinal. Ese perro es
sociable con los otros perros y con su dueño, nada más.
Como decía, con los vecinos era un poco arisco. Bien podría
ser un gato, la verdad. Ese pastor belga se emborracha cuando su dueño trabaja.
Abre las botellas de whisky de la casa, vierte el contenido en su taza para la
cerveza y se lo bebe. Sale al rellano y aúlla. Aúlla también en el patio en el que se tiende la ropa. Así todos los días a las 11:30 de la mañana. Su dueño no lo sabe
porque es el propio perro el que compra el alcohol a vendedores ambulantes.
Esas botellas las esconde en el armario de la plancha. En esa casa nadie ha
planchado en la vida. Por lo tanto nadie lo abre, solo él. Robin cojea. Robin
ya no ladra. Pablo tampoco. Ya no cuenta nada sobre su mascota.
Pablo bebe en el estudio donde trabaja. Sigue fiel a sus costumbres.
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