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17 junio 2014

Dos almas


La vecina del segundo tiene mala leche. La del séptimo se dedica a tender la ropa en el rellano. La limpiadora, Elena, visita el bloque cada tercer día de la semana. Marion, la de la planta baja, suele dejarse las llaves en la mesilla de noche, pero no tiene problema, porque entra por la ventana de su habitación, que da a una calle secundaria que desemboca en la avenida principal. En ese edificio las plantas de los maceteros se riegan cuando Elena limpia. Una vez por semana.

Pablo vive en el otro piso del bajo y su perro tiene alzhéimer. Antes ladraba cada vez que se encontraba con algún vecino. Ladraba fuerte y molestaba. Ahora es una pena, porque el pobre no se acuerda de nadie y tiene prácticamente que arrastrarse para poder pasear. Robin se llama. Robin tiene fuerza y sale todos los días tres veces a la calle. Da igual que llueva, que haya 48ºC fuera o incluso que haga viento. Lo que le importa es el granizo. Cuando graniza no sale, pero eso no sucede habitualmente. El perro tira del dueño. Los dos se arrastran y cogen siempre  el ascensor que queda a mano derecha desde la perspectiva de un peatón que pasara por enfrente del portal. Que se averíe ese ascensor es otra de las condiciones para que Robin no se dé una vuelta. Se ve que es un perro con manías. Está ya viejo pero sigue fiel a sus costumbres. Pablo habla mucho de él cuando se cruza con cualquier vecino. Al parecer le gusta comer las sobras de los muslos de pollo asado. Ese es su plato favorito. También le gusta beber café de vez en cuando. En una taza con una boca amplia Robin lame el líquido energético. También bebe un poquito de cerveza todos los domingos, “un día tranquilo para poder disfrutar de que en la calle no hay mucha gente porque todos duermen”, dice Pablo que opina el perro. Robin es vegetariano los lunes y martes. Se ve que le gusta empezar así la semana y cree que de tal manera purifica su paso gastrointestinal. Ese perro es sociable con los otros perros y con su dueño, nada más.

Como decía, con los vecinos era un poco arisco. Bien podría ser un gato, la verdad. Ese pastor belga se emborracha cuando su dueño trabaja. Abre las botellas de whisky de la casa, vierte el contenido en su taza para la cerveza y se lo bebe. Sale al rellano y aúlla. Aúlla también en el patio en el que se tiende  la ropa. Así todos los días a las 11:30 de la mañana. Su dueño no lo sabe porque es el propio perro el que compra el alcohol a vendedores ambulantes. Esas botellas las esconde en el armario de la plancha. En esa casa nadie ha planchado en la vida. Por lo tanto nadie lo abre, solo él. Robin cojea. Robin ya no ladra. Pablo tampoco. Ya no cuenta nada sobre su mascota. Pablo bebe en el estudio donde trabaja. Sigue fiel a sus costumbres.

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