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31 mayo 2014

Inmaterial y corporal



Reiko siempre lleva camisetas vaporosas cuando hace entrevistas a sus invitados. También lleva vaqueros y zapatos de tacón de más de 10 centímetros. No sabe caminar y ver el mundo desde esas alturas porque se cae. Ella tan solo se sienta en el sillón y saluda, hace preguntas, da pasos a vídeos, hace más preguntas y se despide del entrevistado y de la audiencia. Termina, se quita los zapatos, se pone las camisetas con forma de T, los vaqueros los sigue llevando, y vuelve con el chófer a su casa. Allí se desmaquilla, se pone el pijama y ve un poco los canales de la teletienda.

Desde hace unos meses intenta acabar con la adicción de comprar productos inútiles como millones de cuchillas con formas distintas (un corazón, la letra A, la letra F, una estrella y una luna), cajas de plástico (unas metidas dentro de otras con distintas tapas de colores) o fajas reductoras (de color carne y de color negro). Reiko ya había recibido paquetes con objetos inútiles en seis ocasiones, y pensaba que ya era suficiente. Por eso estaba en tratamiento, quería dejar de comprar cosas de forma compulsiva. Vivía sola en un apartamento minúsculo de Osaka, la paredes tenían un color amarillento. Los azulejos del baño eran de un tono azul claro. La presentadora tenía una habitación, un salón-cocina-recibidor y una bañera en el aseo. Compartía pasillo con más de 30 vecinos. Todos eran solteros. Nadie podía vivir en menos de 40 m2  con otra persona de forma regular, y mucho menos con un hijo. Reiko tiraba de vez en cuando los cubiertos en la basura. Era despistada.

Todos los días se levantaba a las 8 y media de la mañana. Nadaba 2000 metros y a las 10 ya tenía el pelo seco. Volvía a su apartamento y esperaba a su chófer durante media hora, hasta que sonaba el timbre. Ese martes Reiko tiró sin darse cuenta al cubo de la basura los calcetines y una camiseta de tirantes manchada. Esta vez la pérdida no había sido tan grande. En el cesto de la ropa sucia estaban las peladuras del plátano y de la manzana  de la cena del día anterior, además de algunas sobras con forma de estrella y corazón. 

26 mayo 2014

Actos de loca

Hace una semana tenía que despertarme a las seis de la mañana para ir a dar clase en un instituto solo por un día. Nada importante. No podía dormirme y lo conseguí aproximadamente a la una de la madrugada. A las tres y cuarto, el timbre de la casa sonaba sin parar. Me despertó el ruido y intenté detenerlo con mi mente, pero no lo conseguí. Tras 40 minutos casi continuados de ese sonido tan estridente en mis oídos decidí salir al pasillo de mi apartamento, donde está la cocina común que comparto con mi compañera. La puerta de su habitación estaba abierta y la que da al pasillo de la planta también. Las dos estábamos asustadas y vimos a una chica rubia con una chaqueta negra llamando a nuestro timbre constantemente. Jugamos al escondite diabólico y nos ocultamos detrás de la pared. Mirábamos cómo estaba poseída y cómo no soltaba su dedo índice de nuestra campanilla. Ella miraba todos los nombres de los que vivimos en el mismo edificio, tocaba el cristal con el dedo y luego apretaba el timbre. Así hasta casi las 4 de la mañana. Se giró y me giré antes de verle la cara.

[Siete días mas tarde. Madrugada del martes. 3:10 a.m]

Alguien aporreaba la puerta que da al pasillo común con los otros estudiantes vecinos. Alguien pateaba nuestra puerta. Alguien susurraba cosas que no se entendían. Puñetazo. Patada. Patada. Susurro. Patada. Puñetazo. Susurro. Noté cómo mi piel se inflamaba. Esa fue mi reacción al miedo. Mis brazos, mis piernas y mi cara ardían y calentaban el edredón. Quien fuera no paraba de golpear nuestra puerta. Me comuniqué con mi compañera por mensajes de texto. Las dos teníamos miedo y confiábamos en que se fuera pronto. No lo hizo. Más puñetazos. Más patadas. Más susurros continuados. Me destapé y salí al pasillo que comparto con mi compañera. Hablamos bajito y nos fuimos a mi habitación, que está unos cuantos pasos más lejos que la suya de la puerta que pronto iba a caerse por los porrazos de alguien a quien no le poníamos cara. Decidimos que teníamos que decirle que parara, por eso abrimos la puerta:

Piernas de mujer.
(la misma que el lunes anterior)
Medias negras transparentes.
Tacones.
(también negros)
Susurro.
(giro al mismo tiempo de su cuerpo)
Su cara.
(sonrisa desencajada, ojos perdidos y pelo rubio)