12 agosto 2014
11 agosto 2014
21 julio 2014
24 junio 2014
Recapitulación anticipada
Ahora mismo tengo entre la pantalla del ordenador y mi cuerpo una botella de litro y medio de té que he
preparado. Está un poco frío, pero no lo suficiente como para estar bueno. Estoy
cansada y tengo una maleta abierta detrás de mí. Tengo muchas cosas que
empaquetar y muchos botes son de vidrio. Me queda poca ropa para poder
envolverlos y que no se rompan durante el viaje.
Tengo la cama deshecha y ya es de noche. Tengo la puerta de
la habitación cerrada, no he cumplido lo que me planteé. A día de hoy me quedan
pocas páginas para acabar el libro que también me propuse leer. He estado en
Francia, en Luxemburgo, en Marruecos, en Italia, en Holanda y en Alemania. Me
lo he pasado bien. Solamente bien. Quería haber podido avanzar en la lectura,
pero los viajes han sido casi todos muy tarde por la noche o muy temprano por
la mañana. Mi cojín de Ikea ha visitado muchos lugares y se ha apoyado en
muchos cristales y respaldos. Mi libro tiene las puntas dobladas. Me han roto
la maleta y no me he enfadado. Lo he dejado pasar. He hecho muchas fotos, la
mayoría estúpidas. Me han hecho quizás más fotos aún que las que yo he hecho.
He dormido en camas desconocidas. He compartido baño con otra gente que a saber
de dónde venía. He intentado gastar lo menos posible, pero no ha sido posible.
He disfrutado con gente que hace menos de un año no conocía.
He apretado esos lazos y creo que ya tienen un nudo. Estoy contenta por ello. He hablado mucho en inglés para acabar hablando peor que al principio.
Actualmente noto cómo mi cerebro intenta ajustarse a los movimientos resultantes
que se han producido en él. He perdido a un amigo. Me he tirado horas maldiciendo el funcionamiento de Skype. Creo que con todo lo que he escrito en esa caja de texto tengo para
aproximadamente cinco Biblias y con todo la cámara me ha retransmitido tengo
para siglos de telediarios. He aprendido a editar los fallos ortotipográficos de
las conversaciones que tengo sin tener que poner un asterisco. He escrito un
trabajo para poder terminar el grado. He perdido las ganas muchas veces y las
he recuperado en el mismo número de veces menos uno.
Todavía puedo mirar por la ventana y ver ese césped verde,
que en invierno fue algún día blanco pero sin nieve. Todavía puedo caminar durante siete minutos para llegar a la universidad
que me ha salvado. Me aficioné a comer en la
mensa y lo deje de hacer con más esfuerzo que el que me costó acostumbrarme a
ella. Perdí mi USB y lo recuperé. Un día me rompieron mi candado de la taquilla
para poder recuperar todo lo que guardaba en ella. Al día siguiente me di cuenta de que volví a
perder el USB y ya no lo recuperé. Aprendí a moverme por esa biblioteca tan enorme
y también por esos pasillos que interconectan todos los edificios. Me volví
loca por los objetos de plástico (sobre todo si sirven para almacenar líquidos),
por las sopas, el pepino, el pimiento, la cebolla, el arroz, el atún, la
mermelada de fresa, las tortillas de un huevo, el speisequark y el maíz. No
importando el orden.
Pasé frío en mi habitación algunas veces. Puse algunos
posters en las paredes. He roto la base de un plafón y todavía no sé cómo
repararla. Una loca nos llamó a la puerta y por poco morimos de un infarto. He
participado en un proyecto europeo con niños salvajes pasivos y adorables
activos. He salido por la noche y he tenido que pedir un taxi tras ir y venir a
la misma parada de autobús pensando que iba a parar en algún momento. Una de
las primeras cosas que hice fue comprar un teléfono móvil y devolverlo. Me
costó saber cómo instalar internet en este ordenador y gasté 40 € comprando un
puñado de megabytes. Empecé a seguir una serie. Escribí unas cuantas postales
pero no recibí ninguna. Fui a buscar un paquete que pedí en una papelería
tienda de electrodomésticos, pero eso no cuenta. Empecé a escribir en una
libreta verde, pero ahí está. Me visitaron una vez. Lo pasamos bien. Se rompió el mango de la ducha y lo
arreglaron. Me dolió la espalda. No he pasado frío ni tampoco calor. Compre
unos billetes para ir a Nueva York pero yo no los usé. No encuentro solución para
Septiembre. He probado el café por imposición de Giulia y no me ha gustado. Me
he bañado en unas termas romanas. He hecho tantas cosas que he perdido la
cuenta.
Recuerdo que traje unos espejos de España y los puse detrás
de la puerta. Rompí los anteriores. Espero que fueran de plástico. Aprendí un
poco de danés, aunque solo sepa una decir una frase. Un chico me dijo que “nada es
tan malo como nosotros pensamos”. Me lo dijo en alemán y sin conocerme de nada.
Tenía razón.
23 junio 2014
Focus
No sé cómo explicar lo que sentí cuando ocurrió aquel
accidente en el que ese tren atropellaba a un hombre. No tuve tiempo ni para
pararme, y para mirar menos aún. Tenía que hacer transbordo y por poco perdía
el siguiente tren. Dos minutos fueron suficientes para mirar a los paneles
(intentando obviar al muerto), subir por las escaleras mecánicas por el lado
izquierdo (el que estaba libre de viajeros), buscar el camino que me llevara a
la vía (que estaba a justo al lado derecho del final de las escaleras) y bajar
por el ascensor para llegar al andén correcto (para optimizar el tiempo).
Quedaban pocos segundos para que mi tren saliera de la estación de cercanías y
se me escapó.
Busqué un asiento, me puse a leer el periódico, encendí el
reproductor de música, y seleccioné una
obra cualquiera de Richard Strauss. Ese ejemplar gratuito lo devoré en menos
cinco minutos porque nada mas que hablaba sobre temas banales que solo son
importantes para la gente normal. Las ambulancias se habían ido, pero la
densidad del ambiente tenía un espesor fuera de lo común. Mire al frente: justo
a un punto opuesto al suceso. Dejé de ver a los otros viajeros con maletas. Las
papeleras y los bancos se fundieron en un tono blanco sucio junto con el
quiosco de bocadillos recién hechos. Todo era transparente en mi cabeza. El
desenfoque duró más de treinta minutos. En ese tiempo se sentó una anciana en
mi lado derecho. Por el izquierdo pasaron una joven que parecía ir al instituto
y una madre con un carricoche con la tela de color fucsia. Supuse que lo que
había dentro era una niña. Quien me viera bien podría pensar que yo estaba extasiado
en ese punto de fuga.
Estaba en trance. Mi retina no se había desprendido del
esfuerzo. Nunca me pasa en estas situaciones. La manera que tengo de borrar las
dificultades o lo malo que pasa a mi alrededor conlleva a la pérdida de
conciencia y a la restauración de algunas neuronas. Ese proceso lleva tiempo y
no me importa en qué lugar suceda porque es algo que me resulta inevitable.
Tras más de dos décadas entrenando el control del funcionamiento de mi mente y
de mi cuerpo no he conseguido pulir la elección de las coordenadas temporales y
espaciales. Otros miembros de la asociación lo consiguen con poco esfuerzo pero
no destruyen sus malos momentos al 100%, tal y como yo hago.
Todo seguía igual. Para mí pasaba todo a como si fuera una
película en un modo de reproducción 8x. Se mantuvo así hasta que el bebé empezó
a llorar. Fue cuando por primera vez pude ver, escuchar y sentir la muerte de
ese hombre en la estación de tren.
17 junio 2014
Dos almas
La vecina del segundo tiene mala leche. La del séptimo se
dedica a tender la ropa en el rellano. La limpiadora, Elena, visita el bloque
cada tercer día de la semana. Marion, la de la planta baja, suele dejarse las
llaves en la mesilla de noche, pero no tiene problema, porque entra por la
ventana de su habitación, que da a una calle secundaria que desemboca en la
avenida principal. En ese edificio las plantas de los maceteros se riegan
cuando Elena limpia. Una vez por semana.
Pablo vive en el otro piso del bajo y su perro tiene
alzhéimer. Antes ladraba cada vez que se
encontraba con algún vecino. Ladraba fuerte y molestaba. Ahora es una pena,
porque el pobre no se acuerda de nadie y tiene prácticamente que arrastrarse
para poder pasear. Robin se llama. Robin tiene fuerza y sale todos los días
tres veces a la calle. Da igual que llueva, que haya 48ºC fuera o incluso que
haga viento. Lo que le importa es el granizo. Cuando graniza no sale, pero
eso no sucede habitualmente. El perro tira del dueño. Los dos se arrastran y
cogen siempre el ascensor que queda a
mano derecha desde la perspectiva de un peatón que pasara por enfrente del
portal. Que se averíe ese ascensor es otra de las condiciones para que Robin no
se dé una vuelta. Se ve que es un perro con manías. Está ya viejo pero sigue
fiel a sus costumbres. Pablo habla mucho de él cuando se cruza con cualquier
vecino. Al parecer le gusta comer las sobras de los muslos de pollo asado. Ese
es su plato favorito. También le gusta beber café de vez en cuando. En una taza
con una boca amplia Robin lame el líquido energético. También bebe un poquito
de cerveza todos los domingos, “un día tranquilo para poder disfrutar de que en
la calle no hay mucha gente porque todos duermen”, dice Pablo que opina el perro.
Robin es vegetariano los lunes y martes. Se ve que le gusta empezar así la
semana y cree que de tal manera purifica su paso gastrointestinal. Ese perro es
sociable con los otros perros y con su dueño, nada más.
Como decía, con los vecinos era un poco arisco. Bien podría
ser un gato, la verdad. Ese pastor belga se emborracha cuando su dueño trabaja.
Abre las botellas de whisky de la casa, vierte el contenido en su taza para la
cerveza y se lo bebe. Sale al rellano y aúlla. Aúlla también en el patio en el que se tiende la ropa. Así todos los días a las 11:30 de la mañana. Su dueño no lo sabe
porque es el propio perro el que compra el alcohol a vendedores ambulantes.
Esas botellas las esconde en el armario de la plancha. En esa casa nadie ha
planchado en la vida. Por lo tanto nadie lo abre, solo él. Robin cojea. Robin
ya no ladra. Pablo tampoco. Ya no cuenta nada sobre su mascota.
Pablo bebe en el estudio donde trabaja. Sigue fiel a sus costumbres.
11 junio 2014
Humana
Tiene vértigo cuando camina cerca del
borde del pavimento. Le da miedo caer a la carretera que esta 12
centímetros más abajo. Se acerca al lado en el que están las puerta de los
edificios. Ahora tiene miedo por que los comerciantes les den con el pomo.
Antes la caída, ahora un portazo. Por eso trata de encontrar una solución
alternativa: caminar por en medio de la calle, entre la gente con prisa y
bolsas en las manos. Ahora es el posible bolsazo lo que la frena. No puede dar
un solo paso. Está incapaz. No puede moverse. Las personas la rozan sin querer
y en varias ocasiones le piden perdón y en otras simplemente la miran mal. No
puede moverse y pasa a la fase de semivigilia: lo ve todo y lo oye todo, tiene
los ojos abiertos y hasta parpadea de vez en cuando. Lo graba todo. Estática, de pie y débil. Su bolso se despega de su cuerpo cuando alguien la
toca. Su cuerpo vibra cuando pasa el tranvía por su lado. Su mirada esta
perdida y no pasa nada. Nadie se preocupa por encender el botón que la active.
Es difícil suponer que existen
tantos cables por dentro de su cuerpo. Ningún peatón puede adivinar tan solo mirándola que tiene poca batería, que se trata de algo literal. O que quizás
tiene un cortocircuito interno y que algo está prendiendo en su interior. Todavía
no sale humo por la ventilación de sus bolsillos. Aún sus extremidades no se
han derretido. Algo va mal. Nadie se da cuenta.
Han pasado 39 minutos.
La cremallera de su vestido está
ardiendo. Su cuerpo explota, hace el mismo ruido que el disparo de una pistola
con silenciador. No salpica sangre pero deja un rastro negro que ni es petróleo
ni aceite.
31 mayo 2014
Inmaterial y corporal
Reiko siempre lleva camisetas vaporosas cuando hace
entrevistas a sus invitados. También lleva vaqueros y zapatos de tacón de más
de 10 centímetros. No sabe caminar y ver el mundo desde esas alturas porque se
cae. Ella tan solo se sienta en el sillón y saluda, hace preguntas, da pasos a
vídeos, hace más preguntas y se despide del entrevistado y de la audiencia. Termina,
se quita los zapatos, se pone las camisetas con forma de T, los vaqueros los
sigue llevando, y vuelve con el chófer a su casa. Allí se desmaquilla, se pone
el pijama y ve un poco los canales de la teletienda.
Desde hace unos meses intenta acabar con la adicción de comprar
productos inútiles como millones de cuchillas con formas distintas (un corazón,
la letra A, la letra F, una estrella y una luna), cajas de plástico (unas metidas
dentro de otras con distintas tapas de colores) o fajas reductoras (de color
carne y de color negro). Reiko ya había
recibido paquetes con objetos inútiles en seis ocasiones, y pensaba que ya era
suficiente. Por eso estaba en tratamiento, quería dejar de comprar cosas de
forma compulsiva. Vivía sola en un apartamento minúsculo de Osaka, la paredes
tenían un color amarillento. Los azulejos del baño eran de un tono azul claro.
La presentadora tenía una habitación, un salón-cocina-recibidor y una bañera en
el aseo. Compartía pasillo con más de 30 vecinos. Todos eran solteros. Nadie
podía vivir en menos de 40 m2 con
otra persona de forma regular, y mucho menos con un hijo. Reiko tiraba de vez
en cuando los cubiertos en la basura. Era despistada.
Todos los días se levantaba a las 8 y media de la mañana.
Nadaba 2000 metros y a las 10 ya tenía el pelo seco. Volvía a su apartamento y
esperaba a su chófer durante media hora, hasta que sonaba el timbre. Ese martes
Reiko tiró sin darse cuenta al cubo de la basura los calcetines y una camiseta
de tirantes manchada. Esta vez la pérdida no había sido tan grande. En el cesto
de la ropa sucia estaban las peladuras del plátano y de la manzana de la cena del día anterior, además de
algunas sobras con forma de estrella y corazón.
26 mayo 2014
Actos de loca
Hace una semana tenía que despertarme a las seis de la
mañana para ir a dar clase en un instituto solo por un día. Nada importante. No
podía dormirme y lo conseguí aproximadamente a la una de la madrugada. A las
tres y cuarto, el timbre de la casa sonaba sin parar. Me despertó el ruido y
intenté detenerlo con mi mente, pero no lo conseguí. Tras 40 minutos casi
continuados de ese sonido tan estridente en mis oídos decidí salir al pasillo
de mi apartamento, donde está la cocina común que comparto con mi compañera. La
puerta de su habitación estaba abierta y la que da al pasillo de la planta
también. Las dos estábamos asustadas y vimos a una chica rubia con una chaqueta
negra llamando a nuestro timbre constantemente. Jugamos al escondite diabólico
y nos ocultamos detrás de la pared. Mirábamos cómo estaba poseída y cómo no
soltaba su dedo índice de nuestra campanilla. Ella miraba todos los nombres de
los que vivimos en el mismo edificio, tocaba el cristal con el dedo y luego
apretaba el timbre. Así hasta casi las 4 de la mañana. Se giró y me giré antes
de verle la cara.
[Siete días mas tarde. Madrugada del martes. 3:10 a.m]
Alguien aporreaba la puerta que da al pasillo común con los
otros estudiantes vecinos. Alguien pateaba nuestra puerta. Alguien susurraba cosas
que no se entendían. Puñetazo. Patada. Patada. Susurro. Patada. Puñetazo.
Susurro. Noté cómo mi piel se inflamaba. Esa fue mi reacción al miedo. Mis
brazos, mis piernas y mi cara ardían y calentaban el edredón. Quien fuera no
paraba de golpear nuestra puerta. Me comuniqué con mi compañera por mensajes de
texto. Las dos teníamos miedo y confiábamos en que se fuera pronto. No lo hizo.
Más puñetazos. Más patadas. Más susurros continuados. Me destapé y salí al
pasillo que comparto con mi compañera. Hablamos bajito y nos fuimos a mi
habitación, que está unos cuantos pasos más lejos que la suya de la puerta que
pronto iba a caerse por los porrazos de alguien a quien no le poníamos cara.
Decidimos que teníamos que decirle que parara, por eso abrimos la puerta:
Piernas de mujer.
(la misma que el lunes anterior)
Medias negras transparentes.
Tacones.
(también negros)
Susurro.
(giro al mismo tiempo de su cuerpo)
Su cara.
(sonrisa desencajada, ojos perdidos y pelo rubio)
21 abril 2014
Ánimos y enmiendas
Me queda un 10% de batería y no tengo mucho tiempo para
ensimismarme. [Ya queda el 9%] Mi habitación está más desordenada que nunca.
[Bajo el brillo a la pantalla para que economizar la energía] No tengo tiempo
para ordenarla porque dentro de dos días me vuelvo a ir. Creo que la mejor
solución es meterlo todo directamente en la maleta que me lleve. Da igual que
supere el peso permitido para el equipaje facturado, lo importante es que esta
habitación se quede ordenada. Así me la encontraré perfecta y por el exceso, no
hay problema, ya tiraré en el aeropuerto las cosas que no me hagan falta. Ya lo
haré allí. [Queda un 8%]
Despegaré. Aterrizaré y pasaré frío, porque todas las camisetas que
tengo en ese armario son ahora de manga corta. Tan solo tengo dos chaquetas de tela fina y
algunos vaqueros. Cuando llegue comeré proteínas, hidratos de carbono y verdura. Verdura
toda la que quiera porque es verde y me gusta ese color. Tendré que escribir
textos con aspecto académico. Buscaré en las tesis de otros, en artículos de
otros, en libros de gente importante (de otros) y los juntaré todos en el mío
próximo. [7%]
Lo haré rápido porque no tengo mucho tiempo. Mi muestra la
interpretaré. Citaré como es debido. Siempre así. Numeraré todas las páginas
pero no la de los anexos. [No habré salido el día anterior. Así lo planifiqué
hace varios meses. No me pondré el chaleco rojo ni la camisa blanca] Mi muestra
tendrá 149 elementos. Por poco me sale un número redondo, pero no fue así. Mi
muestra no tiene los bordes pulidos. Corta. [6%]
La batería disminuye rápidamente.
Justificaré en forma y en contenido todos mis textos.
Analizaré todo. Todo lo que yo sea capaz de hacer. Dibujaré triángulos entre
los vértices de mi estudio. Lo haré literalmente y los colorearé con acuarelas
de tonos pastel. Intentaré terminarme el libro de Murakami mientras lo leo en
los bancos de mi parque. Esos que te abrazan y en los que entran dos personas.
Miraré a la gente desde mi ventana mientras ellos están tumbados en mi césped
sobre una manta o una toalla enormes. [5%]
Beberé té de fresa ácida. Un té que no es frío pero que he
descubierto hoy. Beberé agua también. Leeré en otros idiomas. Me planificaré lo
mejor posible. Pesaré el pescado y la carne con una balanza. No pisaré mucho la
mensa. Dejaré la puerta de mi habitación más veces abierta e intentaré escuchar
el inglés nativo de mi compañera. [Qué bien suena] Intentaré hablar más con
desconocidos en alemán. Me leeré el libro de Tao. Me lo leeré en inglés. [4%]
No creo que sea así porque no tendré tiempo. Tampoco
terminaré el de Murakami. Me pondré mis zapatos nuevos y caminaré. Calcularé
cuántos kilómetros hago en esa hora que ande. Solo por llevar la cuenta de lo
que recorro. Puede que eso sí que no lo haga. Intentaré aprender italiano,
japonés y chino. [Y algún idioma eslavo] Intentaré ordenar también aquella
habitación que se llena de bichos con mucha facilidad. Apuntaré mis contraseñas
en un papel que luego no sepa donde escondo. [3%]
Tiraré la basura un día sí y otro no. La mía y la común.
Rezaré para que la lavadora no me estafe otros dos euros más. También lo haré
para que no me estafe otros cuatro euros más. Dejaré de escuchar ese grupo de
música que encontré en una lista para días felices a la que ya no estoy
suscrita. Me aficionaré a la instrumental y me compraré una sudadera con el
logo de la universidad para evitar tener frío. [2%]
No tengo foto para esto. Todos mis lápices no están
afilados. No tengo sacapuntas y tampoco tengo recambio para el portaminas. La
carpeta está a reventar y las gomas ya no dan más de sí. Mi colección de
bolígrafos bic edición cristal de tinta azul que he ido guardando desde hace
más de 5 años se ha parado porque he perdido el último. No sé dónde puedo encontrarlo.
[Queda un 1% de batería]
Ahora viene cuando digo que supongo que no hay motivos p
16 febrero 2014
Expropiación
Había trozos de cristales rotos. Eran transparentes y estaban detrás del muro con alambrada de espino en el borde superior. El gato paseaba por encima de ellos y no se los clavaba, ni se cortaba. También había un balón de plástico amarillo pinchado. Era un solar lleno de basura que tenía algunos matojos. Malas hierbas con raíces profundas.
La
casa que anteriormente ocupaba ese espacio se derrumbó sin la autorización de
sus dueños. Su demolición pretendía ser el principio de un nuevo plan
urbanístico por esa zona alta de la ciudad. Al final no se construyeron ni
nuevos parques ni colegios. Tan solo se fue esa familia. Por esa vivienda
empezaron y también terminaron los proyectos del cambio. Ahora no existe una
puerta en ese número de la calle. Ya no hay ventanas, ni está ese balcón
abierto de cuarenta centímetros de profundidad rodeado por esos barrotes negros.
Hay carteles de publicidad y posters de conciertos del verano del 98. Todavía
está ese dibujo pintado con tiza blanca y azul. Como no llueve contra la pared,
no se limpia.
En
ese espacio abierto, de vez en cuando, cae algún cartón de vino medio vacío.
Hay escombros aún, e incluso hay un par de guantes de plástico y un casco de
albañil rajado, en el que aquel gato muchas veces se acurrucaba.
20 enero 2014
Su rutina
Esa
mujer está mal. Camina con un bastón que tiene flores de color violeta
estampadas sobre un fondo blanco. La empuñadura es negra y ella no tiene
problemas para sostenerse. Pero lleva el bastón. Será un amuleto. Será un arma.
Esa mujer tiene el pelo teñido de blanco cuando en realidad su melena es aún
castaña. Creo que quiere ser “transgresora”. Es decir, quiere diferenciarse
siendo más vieja de lo que es, más impedida de lo que está.
Tiene
la manía de caminar únicamente por el lado izquierdo cuando forma parte de un
grupo de personas. Ella tiene que ser la que esté en ese lado. Si alguien no
conoce tal costumbre poco común, mueve al individuo en cuestión, que esté en esa
posición, y coloca su propio cuerpo. Ahí. Su bastón también está al lado
izquierdo. ¿Cómo iba a ser de otra manera? Cuando camina con una sola persona
también tiene que estar en esa posición. En el lado izquierdo. Nadie le
pregunta por qué lleva ese palo de plástico que compran muchas ancianas para evitar resbalarse. Nadie le pregunta que por qué lleva esas ropas tan anchas, esos
vestidos tan llenos de estampados con flores pequeñitas. Tampoco nadie la mira
mal cuando pasea a su perro en un carricoche para bebés.
Lleva
tacones y un bastón. No puedo parar de pensar por qué va así. Entre los
estudiantes cada vez cobra más fuerza la hipótesis de que en el interior del
cilindro esconde un objeto punzante. Esa mujer está mal, decía. Siempre llega sube las escaleras para llegar a los departamentos de la tercera planta. Nunca usa el
ascensor. Siempre come de su caja de plástico transparente y amarillenta. Ahí
mantiene más o menos fresca su ensalada: dos tomates partidos en cuatro trozos,
un huevo duro entero, siete olivas verdes (rellenas de pimiento rojo) y un par
de hojas de lechuga. Solo un par.
Eso
es lo que come. Así es como va a las tutorías de los profesores. Así es como se
pasea por la universidad. Solo sabemos eso. Simplemente porque es lo que vemos.
Dicen que en su casa se quita los tacones, va en chanclas y se apoya en un
bastón bañado en oro, que la cortina de su ducha es transparente y que en el
frigorífico guarda toda su comida preparada en raciones individuales. También
dicen que siempre tiene siete ensaladas listas para comer. Yo no me explico cómo
no se le pudren. Si hiciera eso, las lechugas tomarían un color marrón.
Esa
mujer sabe lo que hace, pero nadie le pregunta. Hay que tener cuidado con su
arma. Supuestamente, también hay que tener cuidado con sus florecitas.
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